Cuando Marcel Breuer llegó a la Bauhaus en 1925 trajo consigo su bicicleta de la marca Adler, una fábrica alemana que entre 1900 y 1941 construyó máquinas de escribir, bicicletas, motocicletas y automóviles. El joven arquitecto y diseñador húngaro había comprado la bicicleta poco antes de llegar a Dessau, y ésta iba a convertirse en algo más que un simple medio de transporte. Según explica Robert McCarter en el libro Breuer (Phaidon, 2016), Marcel Breuer empleaba la bicicleta para dar largos paseos por la ciudad y le impresionó su solidez y ligereza, resultado de su construcción con acero tubular. «Este material aparentemente indestructible», escribe McCarter, «podía doblarse para hacer manillares y también podía aguantar el peso de una o dos personas; entonces, ¿no podría emplearse para fabricar muebles?.»
Breuer había demostrado ser un estudiante de talento, por lo cual el fundador de la escuela, Walter Gropius, decidió invitarlo a volver a la Bauhaus para convertirse, con 23 años de edad, en el director del taller de carpintería. Breuer, no obstante, empezó a interesarse más en trabajar con metal que con madera, inspirado en parte por su experiencia con la bicicleta. El diseñador se dirigió a la empresa que había creado la bicicleta, Adler, pero no consiguió que se interesase por la idea de fabricar muebles con tubos de metal, de manera que visitó al fabricante de las piezas, Mannesmann. Según relata McCarter, Breuer compró varios segmentos de tubo de 2 cm. de diámetro, con las mismas medidas que los de la bicicleta, e hizo que que fuesen doblados según un diseño que había preparado. Con la ayuda de un fontanero, soldó los tubos para crear estructuras de muebles. El primero de estos prototipos se denominó B3 y era un sillón formado por varios tubos con cuatro patas verticales que se doblaban para formar el asiento y el respaldo, en los que colocó trozos de tela. «Esta versión le pareció demasiado rígida», afirma McCarter, de manera que Breuer modificó el diseño y lo mejoró hasta llegar a la versión definitiva, que se conoce como la silla Wassily, en honor de su amigo Kandinsky.
La silla Wassily (1926) sigue produciéndose hoy en día (con cintas de cuero en lugar de las originales de tela) y no ha dejado de ser un diseño ejemplar en el que se combinan la estética y el aprovechamiento de las cualidades de los materiales empleados. Desde su creación, ha inspirado a numerosos arquitectos y diseñadores, entre ellos Alvar Aalto, quien creó su mobiliario de madera de balsa doblada en respuesta a las estructuras de acero tubular de Breuer, que resultaban demasiado frías al tacto para el clima nórdico. La lección que se desprende de esta silla también se encuentra en su propia concepción y la humilde bicicleta que lo inspiró: un ejemplo de cómo se pueden lograr grandes diseños reflexionando acerca de objetos cotidianos que, en principio, no tienen ninguna relación con aquello que se quiere crear.