La muerte en el diseño
Un aspecto destacable aunque poco mencionado de la sociedad contemporánea, particularmente en los países industrializados, es la negación de la muerte y de nuestra naturaleza como meros mortales, que por otra parte le da sentido a la vida como un ciclo de crecimiento y degradación, de memoria y olvido. En concreto, la tecnología insiste en buscar la supresión de la mortandad, en ocasiones a través de fantasiosas iniciativas que buscan poder trasladar la mente de una persona a un nuevo cuerpo sintético. Sin llegar a extremos de ciencia ficción, lo cierto es que los productos y servicios que comercializa la industria tecnológica buscan eternizar la relación entre el usuario y su yo digital, convertido en un doble que sin duda trascenderá la existencia de la persona de carne y hueso de la que ha tomado los datos.
El último número de la revista académica Design Issues, publicada por MIT Press, dedica un monográfico a la muerte en el diseño, explorando las diferentes maneras en que los diseñadores han afrontado cuestiones relativas a la mortandad, la desaparición, el olvido y también la transcendencia y la conservación a través de siete artículos de diferentes investigadores. Los editores de este número, Connor Graham, Wally Smith, Wendy Moncur y Elise van den Hoven, señalan que la tecnología, con su constante apuesta por la novedad y el futuro, y el olvido al que somete a todos aquellos productos que han quedado obsoletos, busca celebrar el momento, el “ahora” real, evitando reflexiones más profundas acerca de la muerte. Esto lleva a la necesidad de plantearse el papel de la muerte en el diseño, particularmente en el diseño centrado en los productos digitales que nos rodean a diario y que paradójicamente tienen un ciclo de vida mucho más breve que el de la mayoría de los otros objetos que ha producido la sociedad industrial.
Una de las maneras en que el diseño se enfrenta actualmente a la mortandad es a través de la gestión y tratamiento de los cuerpos de los difuntos. En este ámbito, resulta interesante prestar atención al reto que supone, en ciertos lugares del mundo, el aparentemente sencillo ritual de enterrar a los muertos. En Singapur, por ejemplo, la falta de espacio hace que sea preciso desenterrar a los difuntos pasados 15 años para dejar espacio a otros muertos, y que sea cada vez más caro llevar a cabo el sepelio, hasta el punto de ser prohibitivo. En Japón, la empresa Nichiryoku ha creado unos lujosos mausoleos que contienen los restos de la cremación de hasta 9.000 personas en unos almacenes subterráneos. Los familiares pueden acceder al recinto y ver los restos del difunto por medio de una tarjeta inteligente que activa un sistema robótico que extrae la urna correspondiente del almacén y la coloca en una de las 10 “estaciones” lujosamente decoradas en las que pueden presentarle sus respetos. En otros lugares, este tipo de gestión no es posible debido a las tradiciones propias de la cultura local. El investigador Kin Wai Michael Siu indica que en China, en la región de Cantón, no es posible esparcir las cenizas en el mar o conservarlas de ninguna otra manera que no sea bajo tierra, para lo cual propone el diseño de unos recipientes que alojan las cenizas y se entierran en la tierra. Estos recipientes se degradan progresivamente para finalmente integrarse en la tierra y nutrirla, dejando espacio para los siguientes entierros.
Auger-Loizeau, Afterlife (2008)
Una propuesta más llamativa, pero también interesante, es la que hacen James Auger y Jimmy Loizeau en el proyecto Afterlife de 2008, que básicamente plantea la posibilidad de convertir al difunto en una pila. Un ataúd equipado con un sistema que emplea una reacción electroquímica para generar electricidad a partir de un cuerpo en descomposición hace que el cadáver genere una cierta cantidad de electricidad que se almacena en una pila. Esta pila, que puede incluir una inscripción con el nombre del difunto a la manera de una lápida, puede usarse posteriormente para dar energía a una serie de objetos que sirvan para recordar a la persona fallecida, ya sea una lámpara o cualquier otro aparato que se alimente de electricidad. Dado que la cantidad de energía en la pila es finita, su uso debe ser consciente y puede limitarse a momentos clave que se dediquen a recordar la vida del fallecido. También es posible combinar la energía de dos pilas (de un matrimonio, por ejemplo) para dar vida a algún artilugio.
Auger-Loizeau, Afterlife (2008)
Más allá del sepelio como acto individual está la memoria colectiva de aquellos que fueron asesinados en conflictos armados, genocidios y bajo la represión de gobiernos totalitarios. Estos difuntos requieren otro tipo de monumento funerario que les rescate del olvido al que querían condenarles sus asesinos y facilite un modo de recordarlos dirigido no ya a los familiares sino a la población en general. En Eslovenia, la empresa Gigo Design recibió el encargo de crear monumentos a las víctimas de la guerra de los Balcanes, que se situaron en varios lugares en los que se habían producido asesinatos masivos. Dado que muchos de estos lugares son bosques y parajes naturales, Gigo creó una campana de bronce, con una forma similar a la de un tronco, que suena al apoyarse en ella. La campana incluye su posición GPS e información acerca de las víctimas.
Estos diseños ejemplifican diversas maneras de tratar con la muerte como tema y como realidad física, que requiere soluciones tanto a nivel simbólico como en aspectos prácticos tales como la propia ocupación de un espacio físico el aprovechamiento del cadáver como materia orgánica. Al mismo tiempo, diseñar objetos o dispositivos destinados a preservar la memoria de los fallecidos implica considerar de qué manera se puede conservar dicha memoria y cómo crear algo destinado a perdurar. En el ámbito de lo digital, la preservación y la transcendencia parecen tan factibles como inalcanzables: por una parte, lo digital se nos presenta como intangible, y en cierto modo eterno, puesto que está en perpetua evolución; por otra parte, está claro que todos los dispositivos digitales están sometidos a una obsolescencia mucho más rápida que la de cualquier otro objeto y por tanto son particularmente efímeros. Esta contradicción es recogida por los editores, quienes concluyen que es preciso diseñar pensado en la mortandad:
“… [la tecnología] digital puede ofrecer la posibilidad de la inmortalidad por medio de un espíritu continuado y un legado que se propaga cada vez más a través de la permanente presencia de los difuntos en los medios y servicios de Internet. […] Pero esta aparente inmortalidad también es mortal: está sujeta al mundo material de los vivos y a la imaginación asociada con lo digital y su aparente reproductibilidad sin fin, que desafía el paso del tiempo. Tal vez ha llegado el momento de diseñar deliberadamente para esta mortandad, y que el imaginario del diseño reconozca las vulnerabilidades de lo humano y lo digital.”