Oculus Dash, un escritorio en Realidad Virtual
En los últimos años, el interés por la Realidad Virtual (RV) y la Realidad Aumentada (RA) no ha hecho más que crecer, a medida que un número cada vez mayor de empresas lanzan sus dispositivos y procuran hacerse con un nicho de mercado en pleno desarrollo. Fue el lanzamiento del primer prototipo del visor Oculus Rift en 2010 lo que reavivó el interés en esta tecnología y, tras ser adquirida por Facebook en 2014, Oculus continúa (como división de VR de la red social) buscando maneras de integrar el uso de la Realidad Virtual en todo tipo de contextos. Si bien la RV se ha popularizado principalmente en el ámbito de los videojuegos y ha generado bastante interés en el mundo del arte contemporáneo, sigue siendo más bien una curiosidad para gran parte del público. Uno de los usos más extendidos y asequibles para cualquier persona es la reproducción de vídeos en 360 grados (que no pueden definirse exactamente como “realidad virtual” pero se confunden con este término) en un smartphone con una app de RV y unas gafas que pueden conseguirse por entre 2 y 10€. Con todo, esta forma de entretenimiento no deja de ser algo que tal vez se prueba un par de veces y luego se olvida, dado que resulta algo engorroso configurar la app y ponerse las gafas para aislarse del mundo durante unos minutos.
La Realidad Virtual requiere dedicarle a sus contenidos un espacio específico, tanto de tiempo como de atención absoluta, algo que resulta difícil en nuestra rutina diaria, en la que estamos acostumbrados a frecuentes interrupciones y a dirigir nuestra atención incesantemente hacia diferentes estímulos. Las pantallas de smartphones, ordenadores y tablets logran retener nuestra mirada, pero a cambio de una interacción constante y de ofrecernos diferentes ventanas, contenidos o aplicaciones que podemos intercambiar rápidamente. Además, solemos tener a mano varios dispositivos y recibir notificaciones de cada uno de ellos, con lo cual nuestra atención suele pasar de una pantalla a otra. El contexto de un videojuego es compatible con los requisitos de la RV porque el videojuego en sí requiere toda nuestra atención y genera un espacio (mental y temporal) ajeno a la vida cotidiana en la que el jugador se centra únicamente en el juego. Conscientes de las actuales limitaciones en la adopción de la RV, las empresas que han apostado por esta tecnología con inversiones millonarias están tratando de ampliar el espectro de uso de esta tecnología y por tanto el número de usuarios potenciales. Sin duda, les interesa que en el futuro tener y emplear un visor de Realidad Virtual sea tan común como es hoy en día usar un smartphone, y para ello debe resultar igual de útil.
Un paso en esta dirección es el que promete Oculus Dash, una nueva interfaz de usuario para Oculus que se ha presentado recientemente y procura expandir las posibilidades de lo que se denomina “computación inmersiva” (immersive computing) y busca ir más allá de la pantalla y el teclado para integrar al usuario en un entorno virtual con el que puede interactuar de diferentes maneras. De manera similar al «dock» del sistema operativo MacOS de Apple, Dash es en principio un menú principal en forma de un panel semicircular que reúne todos los menús e interfaces de Oculus Rift. El usuario se ve así inmerso en una habitación virtual, frente a un panel que flota a la altura de la cintura y permite ver diferentes contenidos en pantallas flotantes, creando un panel de múltiples ventanas que recuerda a la famosa interfaz controlada por gestos que aparece en el film Minority Report (Steven Spielberg, 2001). Según los desarrolladores de Oculus, la interfaz permite mostrar en varias pantallas diferentes aplicaciones a pleno rendimiento, lo cual permite a desarrolladores de RV trabajar en sus aplicaciones mientras las están usando y también ofrece la posibilidad de crear un “escritorio infinito”, en el que las pantallas de despliegan alrededor del usuario. Al igual que en un film de ciencia ficción, el resultado es espectacular, pero su verdadera utilidad resulta dudosa.
Por medio de esta interfaz, Oculus busca lanzar un nuevo producto que atraiga directamente a las empresas con el objetivo de “integrar la RV en la formación en el puesto de trabajo, la colaboración, ventas y mucho más”, según afirma el director de Rift, Nate Mitchell. “A medida que mejore el hardware,” indica Mitchell, “estamos en camino de librarnos de los monitores tradicionales.” Lo que de momento ofrece Oculus Dash es poco más que eso: se reemplaza el monitor por un entorno con numerosos monitores, pero se hace poco por cambiar el propio concepto del escritorio. De hecho, lo que se puede hacer con Dash de momento es principalmente tocar botones y mover pantallas, con lo cual sigue siendo necesario un teclado para hacer algo tan sencillo como introducir una URL en un navegador web o, por supuesto, escribir. Dispositivos táctiles como smartphones y tablets ya han creado un sistema operativo basado en apps que procura que nos movamos entre espacios predeterminados y nos limitemos a seleccionar opciones ya establecidas apretando botones. El sistema TouchID en el iPhone y iPad incluso evita que tengamos que teclear contraseñas, y con FaceID ya no es preciso tocar nada. Estas prestaciones, junto con el (aún poco fiable) control por voz buscan eliminar poco a poco el uso del teclado. De esta manera, es posible imaginar a un usuario sentado en una silla con un visor de RV controlando su escritorio virtual con gestos y dictando o dando instrucciones a la máquina con la voz. Con todo, esto requiere un entorno de trabajo bastante particular y por ello es posible que el interés de Facebook se centre en ofrecer un producto para empresas, de la misma manera en que Google redirigió su Google Glass a entornos específicos en la industria.
En este momento, lo más interesante de Oculus Dash es lo que promete, no lo que ofrece, puesto que es poco probable que nadie se dedique a trabajar de pie en medio de una sala, con un visor en la cara, agitando las manos durante horas, en vez de hacerlo frente a su ordenador. Pero sí anuncia la posibilidad de desarrollar un nuevo entorno de trabajo, en el que tal vez un visor más ligero, conectado sin cables a un ordenador con el tamaño y la forma de un teclado, permita ampliar el escritorio a un entorno inmersivo y, a la vez útil. Para ello tendrán que cambiar también las interfaces de las aplicaciones con las que trabajamos a diario, puesto que tiene poco sentido sumergirse en una habitación virtual para seguir mirando una pantalla con contenidos en dos dimensiones.